La libertad implícita en el CNE es la misma que cabalga en el pensamiento revolucionario clásico: la guerra, la confrontación, la lucha de clases, la confiscación, la exclusión, el dominio como respuesta continua al deseo de vivir en una sociedad liberal. En otras palabras, si el costo de los abusos de autoridad supone un conflicto, una acción desmedida del estado, lo justifico [Patria, revolución o muerte]. Si producto de un comportamiento arbitrario [bloqueo, vetos, inhabilitaciones, secuestro de los partidos políticos, ventajismo, desinformación, discriminación, baldón], la consecuencia es la negación, la violencia, la humillación, pues bienvenida porque justifica la limpieza revolucionaria. A partir de esta lógica aplanadora del poder, es difícil concebir unas elecciones justas. Aun admitiendo el denominado “efecto baranda o rendija” de transiciones de dictaduras a democracias, el predominio de un despacho electoral cooptado y parcializado, hace de la elección una quimera.
El gran desafío en Venezuela es lograr una elección meritoria, mínimamente vigilada y participativa. No he leído transición política en la historia de la humanidad, que teniendo la herramienta del voto censurada [Cuba], haya logrado deslizarse por la “baranda” de la voluntad pacífica de la gente. En múltiples entregas analizamos transiciones como la Uruguaya, El Pacto del Club Naval [1984]. Como Julio María Sanguinetti a diferencia de Ferreira, se coló por el balaustre con la alianza de los partidos Colorado, Frente Amplio y Unión Cívica y llegó a la presidencia; o la Argentina, donde Héctor Cámpora derrota a la dictadura [1973] y se escurre con su lema, Cámpora al gobierno Perón al poder.
Estos procesos transicionales no parecen posibles en una Venezuela donde las libertades electorales se han convertido en un reino de persecución, parcialidad y terror. Un clima social violento, que viola los DDHH y siembra magnicidios, transgrediendo el Acuerdo de Barbados [Artículos 3.5 y 6to], que llama a la cultura de la tolerancia, respeto a la ciudadanía y convivencia pacífica. Nos gustaría ver a Gerardo Blyde abogar por la libertad de los presos políticos como condición de un proceso electoral libre. No hay elecciones libres si no hay presos políticos libres.
Entonces qué podemos hacer
¿Quiénes participan en las elecciones presidenciales del 28/7/24 después haber superado los setos del CNE? Primero candidatos tarifados por el régimen. Por otro lado los “tolerados”. Los candidatos que mantienen una imagen opositora que sin el aval de María Corina, no llegan-todos juntos-a un 15% de intención de voto. María Corina contra Maduro, registra una relación victoriosa 80/20. Además, los candidatos de oposición que no participaron en las primarias registran entre 75% y un 85% de rechazo. El mayor rebote lo tiene el Señor Rosales (Meganálisis Marzo 2024). Ante esta realidad, lo más preocupante es que sin la participación y aprobación de María Corina en las presidenciales, la abstención se dispara a un 60%. En ese escenario Maduro gana.
Si las elecciones están encadenadas por el CNE, el voto es una simulación. No llamo a la abstención. Lo que quiero subrayar es que el asunto dejó de ser estrictamente electoral. Es inmensamente estratégico, funcional, orgánico. En este terreno el compromiso es organizarse disciplinadamente a lo interno y externo, para evidenciar que tendremos un evento electoral ilegítimo y dejar constancia que se ha ejecutado un fraude.
Nada de lo escrito excluye la posibilidad que María Corina dialogue y le dé su “bendición” a una candidatura postulada, como arbitrariamente asoman voceros del régimen. Supongamos que ella decide “en consenso”, favorecer a uno de los postulados. Parto del supuesto que no permitieron [arbitrariamente] la participación de la Dra. Corina Yoris. Lo primero es elegir aquél que tenga menos rechazo en la población. Lo segundo, optar por aquél que resulte más confiable para respetar los términos de una posible transición, agotando todos los medios necesarios para cobrar un resultado favorable, y/o dejar en evidencia el fraude, subiendo el costo político al régimen por mantenerse detrás de las tapias del terror. ¿Existe ese sustituto? Ese es el dilema. No es votar o no votar. Es ser o no ser…
No podemos caer en provocaciones. No estamos en guerra. La “batalla” es ciudadana. Nuestra responsabilidad es movilizarnos y comprender que el débil no es una representación que quiere cambio, sino un régimen que pende de la fragilidad de la represión. Y cuando el poder depende de la violencia se crispa y quiebra por dentro, inevitablemente. En este contexto opera la comunidad internacional. Si bien no es una variable transicional, es un factor decisivo para mantener la presión y la alianza, que reactive un movimiento social y político que logre quebrar los sistemas de lealtad del régimen.
La libertad no tiene otro dueño que tú. El Estado-Dios
Según Constant “La participación directa [de la autoridad de los estados] debe ser limitada: consecuencia necesaria del tamaño de los estados modernos […] Los votantes elegirían a los representantes, que deliberarían en el parlamento en nombre del pueblo y salvarían a los ciudadanos de la participación política diaria”. Una sociedad moderna y liberal vota y elige a representantes capaces, honestos y leales, sin ventajismos del estado. Una representación censitaria. Me preocupa la frase, “cualquiera menos Maduro”. El momento demanda mucho más que “es lo que hay”.
Cuando revisamos la historia de la humanidad pasados dos siglos de la revolución francesa, queda claro que las revoluciones son anacrónicas, sangrientas, suma cero. La bolchevique, la rusa, la comunista, la china, la cubana, la mexicana, lo que ha traído es hambruna, represión y muerte. Las revoluciones-como las democracias jóvenes- vienen cargadas de resentimiento y revancha. Puede haber reforma, pero no libertad.
La guerra fría levantó el planeta en armas. No hubo rincón de la tierra que no viviese sensibles conflictos. La democracia venezolana de los 60 a los 90, fue una democracia meritoria, porque a pesar de su juventud, al decir de Russell, no vino invadida de rencores. Pero la llegada de Chávez mutatis mutandis, como llegó Napoleón después del reino del terror, vino acompañado de un estado militarista, resentido y oscuro.
Constant fue un pensador que alertó la libertad de los antiguos, el derecho a participar de los asuntos públicos vs. la libertad de los modernos. Para él ni revolución ni emperadores. Y luchó por la caída de Napoleón, no del militar, sino del todopoderoso.
La batalla de Waterloo [18/6/1815] selló la derrota de Napoleón como militar. Crónica de una capitulación anunciada que nace de la invasión a Rusia y la Batalla naval de Trafalgar. Pero la gran derrota de Napoleón -como la de todo hombre de vocación imperial y autoritaria-fue la que le instauró Fouché en su cabeza: el poder vitalicio. De allí pasó de primer cónsul a emperador. Reformó la constitución del siglo VIII, se autoproclamó emperador natalicio y el resto, tres lustros de batallas y ocupaciones que culminaron con su muerte en el exilio de la Isla de Santa Elena.
Lo que deseamos destacar es que el hombre en la modernidad no concibe ni triunfa bajo la concepción de la libertad de los antiguos, del monopolio o reserva del poder público. Esa convicción de libertad moderna, del poder del individuo, de lo privado y mercantil sobre el Estado-Dios, procuró la caída de Napoleón, y de todos quienes se han creído la personificación del Estado-Dios.
La caída del muro de Berlín, la Unión Soviética, las dictaduras en Asia, África o Latam, más que una lucha por la instalación de la democracia, lo ha sido por el alumbramiento de una nueva relación individuo-estado. María Corina emerge en un momento de vocación luminosa de nuestra historia contemporánea: el nacimiento de un Estado liberal genuino como lo concebía Constant. No más caudillos, no más hombres de charreteras, sables y trapos rojos.
El voto no es por una candidatura. Es por la transformación profunda de nuestra historia, por el nacimiento del ser-ciudadano y la anulación peligrosa de esa fascinación por el hombre a caballo.
El gran debate de la humanidad que es la libertad moderna, productiva, creativa, tecnológica, no se reduce a superar un cepo electoral. El reto es más evolutivo, inmensamente ciudadano, sensiblemente humanista. No es sólo un salto de un régimen totalitario a uno democrático. Es un salto de 200 años de un republicanismo rural, centralizado, oligarca, pastoral a un estado federal, descentralizado y liberal, fundamentado en un ciudadano capaz, educado, pluralista y creador.
La mutación social impostergable no depende de un mesías. Depende de reconocernos como individuos comprometidos a un cambio radical de nuestra relación con el estado. No más populismo, no más presidencialismo. El estado no existe si no es construido bajo un firme andamiaje de contrapesos de poderes y justicia social. La bisagra indisoluble entre el individuo y el estado es la justicia, la propiedad privada y las instituciones en el entendido, que unos ciudadanos aportan más que otros y más que es propio estado, producto de su inteligencia, arte y oficio, por lo cual merecen mayor retribución por su trabajo y menos paternidad del Estado-Dios. El resto es retroceso, es abuso de poder, es utopía.
Nuestra ‘batalla de Waterloo’ no son unas presidenciales. Es un cambio esencial de nuestra cultura y actitud colectiva. Ese es nuestro gran debate, nuestro ser o no ser...