La sola entrada del Papa Francisco a la sala de reuniones de la Residencia de Santa Marta, en el Vaticano, desmiente las especulaciones sobre su salud: camina con normalidad, incluso con paso vivo. Hablará luego sobre las circunstancias que lo obligaron a usar una silla de ruedas hasta hace poco, con la misma naturalidad con que abordará todos los temas que se le presentan en esta entrevista, sin esquivar ninguno.
Desde la criminal invasión de Rusia a Ucrania hasta el celibato y el divorcio.
Desde “las dictaduras guarangas” en América Latina hasta la muerte y la posibilidad de verla llegar.
También de las resistencias que enfrentó al impulsar cambios en la iglesia, de su costumbre de escribir a mano, del capitalismo de mercado, de su deseo de visitar Argentina pese a las dificultades. De todo.
Ha cumplido 10 años como Papa pero cree que no ha cambiado en lo esencial. Conserva, en efecto, la misma actitud de siempre, los giros del castellano porteño, el humor un poco cándido. Francisco mira al equipo de Infobae que ha preparado las cámaras y sonríe: acaso ver rostros argentinos lo hace sentirse más cerca de casa, le calman esa nostalgia de callejear —así lo dice— por las calles de Buenos Aires.
A su derecha está la réplica de la Virgen Desatanudos, un cuadro que Johann Schmidtner pintó en 1700 y que Francisco, cuando era Jorge Mario Bergoglio, en los ochenta, descubrió mientras terminaba su tesis doctoral en Alemania. Se enamoró de su emblema —un ángel le entrega a María una cinta llena de nudos, que al pasar por sus manos se deshacen— y la hizo conocer en Argentina.
No es una virgen tradicional, no representa una manifestación de María, como la virgen del Pilar, la virgen de Fátima o la Guadalupana. Un sacerdote le pidió a Schmidtner que pintara una imagen capaz de alentar a una pareja de amigos que estaba a punto de separarse. Y a ella se encomendó Francisco cuando comenzó la pandemia del covid-19: una inspiración para enfrentar los malos momentos con esperanza. Antes de la entrevista con Infobae la miró por unos instantes.
—Se cumplen 10 años del día en que usted fue ungido Papa. ¿Tiene recuerdos de ese día? ¿Qué es lo que primero le viene a la memoria?
—Quise recordar varias veces lo que pasó. Realmente yo no me di cuenta de lo que iba a pasar. ¿Cómo, usted no tenía voto? Sí, muchos tenían votos ahí, pero en el cónclave está el fenómeno de los votos depósito. A veces uno no sabe a quién votar y entonces espera un poco, y se lo da a uno que no va a salir, a ver cómo va la cosa. Es cómo el Espíritu Santo lo mueve a uno, ¿no? Yo a la mañana me vine tranquilo aquí, al mediodía, y algunos me hicieron chistes de paso, que no los entendí. Incluso cuando llegué al comedor algunos obispos del centro de Europa me decían “Venga, eminencia, ¿qué nos cuenta de Latinoamérica?”. Me tomaron examen. Al salir del comedor un cardenal viene corriendo de atrás y me dice “Un momentito por favor, ¿es verdad que a usted le sacaron un pulmón?”. Le dije “No, me sacaron el lóbulo superior derecho porque tenía quistes”. “Ah, ¿y esto cuándo fue?”. Y yo le dije “En el año 57″. Y dijo “Estas maniobras de último momento…” y se dio vuelta. Y ahí me avivé. Ahí me di cuenta que había campaña a favor y campaña en contra. Fui, dormí la siesta tranquilo.
Otro recuerdo interesante es que, cuando llegué —esto es lo que dirían los psicólogos el inconsciente deshonesto—, antes de entrar a la Sixtina, me encontré con el cardenal [Gianfranco] Ravasi y empezamos a caminar en el hall grande antes de la Sixtina. Y le dije “¿Usted sabe que yo para mis clases de sapienciales uso —usaba, ahora no las doy más—, sus libros?”. Y le empecé a explicar y empezamos a hablar de los libros sapienciales y nos pusimos en órbita los dos, hasta que sentimos un grito: “¿Ustedes van a entrar o no? Porque voy a cerrar la puerta”. El inconsciente de no querer entrar. Son cosas que uno no maneja.
—¿Fue muy diferente a la elección del 2005?
—No. La dinámica es la misma. Ésta tuvo una votación más. En la del 2005 fue en la primera votación de la tarde. En ésta fue en la segunda de la tarde. En la primera ya se vio la tendencia.
Y ahí quiero rendir homenaje a un gran amigo, el cardenal [Cláudio] Hummes, que estaba sentado atrás mío y se me acercó en la primera votación y me dijo “No tengas miedo, así obra el Espíritu Santo”. Me emociono porque se murió hace poquito y lo quería mucho. Y cuando en la segunda votación salí elegido —llegué a los dos tercios y seguía el escrutinio, ahí aplauden todos mientras sigue el escrutinio—, él se levantó, me abrazó y me dijo “No te olvides de los pobres”. Esto me toca. Un gran tipo, Hummes, un gran hombre. Un gran hombre. Murió hace unos meses. Silencioso, pero marcaba el rumbo. Bueno, los pobres, qué sé yo: San Francisco. Francisco, punto. Entonces cuando el cardenal [Giovanni Battista] Re me preguntó “¿Qué nombre quiere ponerse?”, le dije “Francisco”, punto.
—¿Le puedo preguntar, Santo Padre, si identificó —me imagino que sí— a quienes le hacían campaña en contra en ese momento?
—No.
—¿No?
—No, sinceramente no. No sé si hubo campaña en contra. No sé. Evidentemente había otros que votaban a otra gente. Es verdad que al final casi fue… no digo unánime, pero sí bastante. La votación fue masiva a lo último. Pero en contra no, no se me ocurrió quién. Y ponerme a imaginar… Corro peligro de calumniar, así que mejor que no [risas].
—Leí El pastor, el libro de Sergio Rubin y la periodista italiana Francesca Ambrogetti, y ahí dice que Dios perdona siempre y que usted perdona mucho pero que no olvida al que lo ofendió o al que lo calumnió. Y tal vez imaginé o presupuse que hacía referencia…
—No, para nada. No. A mí no se me ocurrió pensar quiénes no me votaron. Realmente no se me ocurrió. Yo no me voté, eso estoy seguro. Pero los demás no sé nada.