Pero el pasado 29 de octubre, su cotidianidad se transformó en una pesadilla con la llegada de la DANA, una tormenta que desbordó ríos y dejó bajo el agua a gran parte de la comunidad española. Esa noche, Ártico entendió lo implacable de la naturaleza y la fragilidad de los planes en un país nuevo.
“La tragedia fue a eso de las siete, siete y media”, recordó Ártico. En ese momento, la amenaza aún parecía lejana, y las alarmas parecían solo palabras. Pero pronto, las imágenes que su novia le mandaba de su casa empezaron a contar otra historia: “Ya mi casa estaba inundándose”. Las calles, antes conocidas y tranquilas, se convertían en ríos caudalosos mientras la gente luchaba por encontrar refugio.
El criollo trabaja en una barbería cercana, donde comparte espacio con otros barberos que, como él, buscan reconstruir una vida lejos de Venezuela. Esa noche, en medio del caos, él y sus compañeros enfrentaron una decisión difícil: “El dueño me avisa que cierre y cuando vemos que el agua ya está fuera de la barbería, cerramos corriendo”.
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El agua se elevaba rápidamente, y la fuerza de la corriente era evidente. En un acto de desesperación, Ricardo subió su equipo de trabajo –sus máquinas de tatuar y su laptop– a lo más alto posible, en un intento por salvarlas de la furia del caudal.
“En algún momento consideré quedarme dentro de la barbería porque pensamos que no iba a llegar el agua tan alto. Obviamente, puse mis máquinas de tatuar como a dos metros de altura y se perdieron. Ahí estaba mi laptop también a esa altura. En mi peinadora de afeitar, de cortar cabello, dejé todas mis máquinas y las encontré al día siguiente llenas de lodo”.
La noche avanzaba, y junto a un compañero, Ártico decidió buscar refugio en casa de su prima, al norte de Massanassa. Apenas habían llegado cuando la tormenta cobró otra intensidad: “Llegó como mucho caudal y ahí están las vías del tren muy cerca, o sea, se ve desde la casa en un piso tres”. Desde ese refugio improvisado, fueron testigos de escenas de desesperación: “Gente que casi se ahoga, como el agua movió los carros, la brisa en la azotea era como un tornado, súper fuerte”.
El caos era tal que el venezolano, de casi 1,90 metros de altura, sentía cómo la furia del viento amenazaba con derribarlo. “Sentía que me llevaba. Soy pesado, pero nada, era demasiado fuerte la brisa”, dijo, al recordar lo que parecía un escenario apocalíptico. Apenas pudieron dormir, y con las primeras luces del día, decidieron volver a casa, caminando a través de una ciudad sumida en el lodo y la devastación.