Durante el mes de julio, Venezuela cuadruplicó los envíos de petróleo a Cuba, una maniobra que coincidió con la pausa temporal de operaciones de la petrolera estadounidense Chevron, lo que permitió a PDVSA redirigir sus exportaciones hacia su tradicional aliado político. Según datos de la agencia Reuters, el volumen diario de petróleo enviado a la isla aumentó de 12000 a más de 52000 barriles por día, en su mayoría compuestos por crudo pesado y fuel oil. Estos combustibles, aunque altamente contaminantes, son esenciales para la generación de electricidad en una Cuba que atraviesa una grave crisis energética, marcada por cortes prolongados y apagones generalizados.
La operación se realizó mediante embarques directos desde los principales terminales venezolanos y, de acuerdo con analistas, responde más a un interés geopolítico que comercial. Nicolás Maduro refuerza así su apoyo al régimen de Miguel Díaz-Canel en un contexto en que ambos gobiernos enfrentan sanciones internacionales, crecientes presiones económicas y una profunda pérdida de legitimidad interna.
Esta ayuda energética también representa un salvavidas para el gobierno cubano, que no ha logrado estabilizar su sistema eléctrico nacional. Con un pueblo exhausto por la falta de energía, de alimentos y de transporte, el combustible venezolano llega en un momento crítico, evitando —al menos temporalmente— una escalada mayor del malestar social.
Sin embargo, la reactivación del flujo petrolero plantea interrogantes sobre el futuro de esta relación. ¿Qué ocurrirá si Estados Unidos decide renovar o modificar las licencias a Chevron? ¿Volverán los actores privados al sistema petrolero venezolano? Mientras tanto, los ciudadanos cubanos continúan sufriendo las consecuencias de un sistema ineficiente y dependiente, mientras sus gobiernos refuerzan alianzas políticas que postergan las verdaderas reformas estructurales que el país necesita con urgencia.