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¿Qué han aprendido los médicos de emergencias en Argentina?

BUENOS AIRES (AP) — Verónica Verdino se esmera para que el tubo introducido en la tráquea de su paciente enferma de COVID-19 esté bien colocado durante otra agitada jornada que coordina en la sala de emergencias generales de un hospital argentino.

El procedimiento es riesgoso y requiere mucha práctica, pero esta médica de 31 años lo tiene más que aceitado durante el actual rebrote de casos que ha convertido las guardias generales de Buenos Aires y localidades cercanas en el primer frente de guerra contra la pandemia del nuevo coronavirus.

Hace algo más de un año, cuando el letal virus era un desconocido en Argentina, Verdino no se imaginaba que efectuaría o participaría en tantas intubaciones orotraqueales durante su turno como directora de la guardia —como se conoce a las salas de emergencia a las que llegan los pacientes y funcionan 24 horas al día— del Hospital Llavallol Dr. Norberto Raúl Piacentini de la localidad de Lomas de Zamora, a 40 kilómetros de Buenos Aires. Entonces, era una práctica ocasional.

Ahora —y “a la fuerza”, según dijo a The Associated Press— los médicos de guardia se hicieron expertos en esa y otras complejas técnicas propias de los especialistas de las terapias intensivas para lidiar con el constante flujo de enfermos graves de COVID-19 a los que atienden en salas convertidas en unidades de cuidados intensivos en medio de un rebrote que ha tensionado al máximo el sistema de salud.

La situación en el Hospital Llavallol. un pequeño centro médico municipal, se replica en muchos establecimiento públicos y privados de Buenos Aires y localidades cercanas, con un promedio de más de 20.000 contagios y 400 fallecidos por día en las últimas semanas y una ocupación de terapias intensivas de algunos centros al 100%.

Mientras se esfuerzan por atender la ola de enfermos cada vez más jóvenes y con cuadros más complicados, los médicos de las guardias sienten que viven en una realidad paralela a la de muchos compatriotas que no toman conciencia de que el sistema sanitario está al borde del colapso y siguen saltándose las restricciones a la circulación.

Al igual que en otros países vecinos como Chile, los infectólogos creen que las nuevas variantes de este virus atacan ahora a personas de menor edad proclives a las reuniones sociales, mientras que los mayores de 60 años están más protegidos por las vacunas que han recibido.

Este escenario de zozobra ocurre mientras las autoridades de distinto color político se enredan en discusiones sobre la idoneidad de una y otra medida, sin sentar parámetros consensuados de actuación ante una mal común.

“Es atajar por todos lados... Tenemos todas las patologías distintas al COVID más esta ola que explotó”, dijo Verdino a la AP mientras dirigía en un sábado reciente su turno de 24 horas. La doctora acababa de rellenar unos papeles que daban cuenta de la muerte de un hombre que había sufrido una grave caída. Al poco rato llegó la ambulancia que trajo a la enferma de coronavirus que fue entubada. Fue un procedimiento repleto de maniobras invasivas en el que participaron un intensivista —que acudió expresamente a la guardia-- Verdino y otros ayudantes.

Cada tanto, alguno salía para contener al marido de la paciente, quien miraba abatido a través del vidrio de la puerta que lo separaba de su esposa. En otra salita situada enfrente, dos pacientes yacían conectados a respiradores y a pocos metros un hombre que acababa de morir fue introducido en una bolsa de plástico negra.

Pocos días después, en otro turno extenuante, Verdino se subió a un pequeño banco junto a la cama donde se encontraba un hombre al que había intentado entubar, para inclinarse sobre su pecho y practicarle reanimación cardiopulmonar en un desesperado intento de salvarle la vida. Muy cerca varios compañeros la asistían.

El paciente falleció y la joven doctora y su colega Stephanie Muñoz se tomaron todo el tiempo necesario para que la habitación y el cuerpo del hombre quedaran en las condiciones adecuadas, de tal forma que su hijo pudiera verlo yaciendo en paz a través de la ventana de la puerta.

En esos días las tres unidades de cuidados intensivos del ese centro tenían 87,5% de ocupación y una de ellas era la que estaba montada en la Guardia. En otros momentos no ha habido lugar, lo que fácilmente puede repetirse.

Los enfermeros describieron el escenario como "de cama caliente”, en el que “sale un paciente y entra otro”. Varios han sido derivados a otros centros de la capital y sus alrededores, donde las terapias para todas las patologías están cerca del 77% de ocupación.

Los integrantes de las guardias generales también aprendieron a dominar el uso de los complejos fármacos que mantienen sedados a los pacientes y a interpretar electrocardiogramas y tomografías, así como a manejar laringoscopios de forma casi automática, lo que para algunos era “imposible de imaginar”. Lo hacen mientras el oxígeno empieza a ser un bien preciado en los hospitales, que conformaron redes para asistirse unos a otros con distintos servicios y elementos sanitarios.

“Estaba acostumbrada a trabajar bastante pero esto te supera en todo... La entubación, la medicación, el miedo que tienen (los enfermos). Te vas de acá superado y tu cabeza sigue pensando que quedaron tres entubados y dos imposibles para entubar”, dijo la enfermera Silvia Cardoso, quien trabaja junto a Verdino.

La mujer dijo sentirse impactada por la cantidad de jóvenes que son internados con síntomas graves, algo que no ocurría durante la primera ola. “Se podría prevenir”, se lamentó Cardoso.

No hay semana en que la policía no desbarate fiestas clandestinas. En los restaurantes que atienden al aire libre, mesas repletas de comensales están situadas sin guardar la distancia adecuada y los parques son ocupados por vecinos que hacen picnics y practican deportes en grupo. Las manifestaciones en las calles de la capital en reclamo de distintas demandas son constantes.

Mientras el brote golpea a una población harta de cuarentenas y el plan de vacunación transcurre lentamente, el presidente Alberto Fernández y el alcalde de Buenos Aires, el opositor Horacio Rodríguez Larreta, se trenzan en altercados públicos sobre la conveniencia de medidas como la suspensión de las clases presenciales. Eso llevó a que en pleno pico de casos, en Buenos Aires la asistencia a las escuelas estuviera permitida y no así en las localidades que están pegadas a la capital conformando junto a ésta un populoso conglomerado urbano.

Muchos médicos intentan abstraerse de esas disputas con olor electoralista y piden a los ciudadanos mayor responsabilidad individual para los infectados y muertos no sigan aumentando.

En Argentina se registran hasta ahora algo más de 3,1 millones de enfermos y más de 67.000 fallecidos. Aunque el número de infectados comenzó a disminuir en el área metropolitana de Buenos Aires por medidas restrictivas aplicadas recientemente, existe una meseta muy alta de casos que es vital reducir.

“Si no baja nuestra capacidad de respuesta se va a agotar, queramos o no", advirtió Verdino. La médica agregó que si la sociedad no colabora "va a llegar el punto en que el sistema de salud colapse”.

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La periodista de AP en Buenos Aires, Natacha Pisarenko, contribuyó con esta nota.

FUENTE: Associated Press

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