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Parques de Buenos Aires llenos de gente que busca oxigenarse

BUENOS AIRES (AP) — Sobre el camino de pavimento de una plaza que se asoma a una ruidosa avenida de Buenos Aires, una docena de personas cubiertas con tapabocas dan un paso al frente mientras empuñan bastones de madera durante su clase de Aikido.

A unos pocos metros varios niños jugando al fútbol están a punto de golpear con la pelota al maestro de Aikido justo cuando los movimientos del arte defensivo japonés que explica a sus alumnos se tornan más complejos. Un poco más allá, un grupo de jóvenes instala colchonetas y pesas de distinto kilaje para ejercitarse y un profesor de esgrima se bate a duelo con un aficionado al florete.

Para todos ellos la plaza se ha convertido en un enorme pulmón para oxigenarse en medio de un brote de coronavirus que comenzó a fines de marzo y ha derivado en el peor momento de la pandemia, obligando al gobierno a ordenar el cierre de distintos lugares de esparcimiento.

“Empezamos a reunirnos acá porque nos prohibieron ir al gimnasio. Es un deporte super completo, trabaja abdomen, brazos... Durante una hora me olvido del mundo y los problemas que estamos sufriendo”, dijo a The Associated Press Ricardo Furman, de 64 años y uno de los alumnos que tomaba la clase de Aikido con su instructor Leonardo Sakanashi.

Este lugar al aire libre situado frente a la Facultad de Medicina es uno de tantos lleno de vecinos que, a causa de la decisión del presidente Alberto Fernández de reinstalar varias restricciones, buscan un espacio para realizar las actividades que dos meses atrás hacían puertas adentro.

Al aire libre se ejercitan con pesas y bicicletas fijas, juegan al fútbol, practican artes marciales y yoga, bailan tango, se miden en partidas de ajedrez y celebran cumpleaños a falta de gimnasios, clubes y salones de fiestas disponibles.

A muchos le cuesta cumplir los protocolos que deberían regir también al aire libre, a causa del hartazgo acumulado luego de un año y medio de una pandemia que parece no tener fin.

Como los practicantes de Aikido eran más de diez -el límite permitido para practicar deportes al aire libre- guardaron más distancia de lo habitual. Otras veces se separan en dos sectores.

Según Sakanashi, los porteños necesitan más que nunca el contacto personal luego de los encuentros en Facebook o Zoom. “Se ha tornado muy difícil eso de ‘te veo por la pantalla’, ellos se quieren reunir en una plaza... darse un abrazo”, dijo el instructor que integra un equipo de maestros que imparte clases de lunes a sábado cuatro veces al día.

Juan Sosa, que practicaba esgrima en la misma plaza, dijo que le es casi imposible recrearse o ejercitarse en su departamento de un solo ambiente. “Entonces poder venir acá, por más que el día esté feo, me ayuda mucho a la cabeza”, sostuvo.

Su maestro José María Pampín Alonso, de 89 años y entrenador de campeones argentinos de esgrima, trasladó sus clases a la plaza porque “los clubes han cerrado”. Allí encuentra un espacio de “libertad” para huir del encierro que lo hace sentirse un muerto en vida.

Luego de gozar de mayor movilidad en los primeros meses del año, el presidente Fernández se vio obligado a aplicar desde el 22 de mayo nuevas medidas de aislamiento, cuyo grado de severidad varía según los días de la semana pero que, en general, suponen la suspensión o restricción de actividades comerciales, culturales, deportivas, educativas y sociales.

Mientras en distintas capitales del Hemisferio Norte los ciudadanos volvieron a llenar los restaurantes, cines y locales, en la capital argentina y sus alrededores pasear por un centro comercial, reunirse con amigos en un club, ir al teatro o salir a cenar hasta tarde es una quimera.

Las restricciones llegaron de la mano de un aumento exponencial de los casos de COVID-19 que recién en los últimos días han comenzado a aflojar un poco. Hasta ahora Argentina acumula cuatro millones de infectados y cerca de 84.000 muertos.

Del otro lado de la ciudad, la entrenadora física Micaela Liern realiza cada mañana junto a varios colegas siete viajes desde el gimnasio donde trabaja a un parque cercano para transportar en un carro con ruedas los instrumentos con los que sus alumnos se ejercitan. Tal como ocurrió en gran parte de 2020, el lugar debió cerrar por el brote de COVID-19.

“No quedó otra que decir vamos para afuera. Llevamos mancuernas desde cuatro kilos hasta 26 kilos, barras olímpicas de 20 kilos, aros, colchonetas, un montón de cosas para hacer lo mismo que adentro", explicó Liern.

Carlos Salvatierra, de 18 años y quien reclinado sobre un banco subía una barra con sendos discos de 15 kilos, dijo que estar al aire libre es la solución porque en las clases de Zoom y desde su casa "hay ejercicios de peso que no los puedes hacer porque no tienes los materiales, que además son caros".

Una plaza situada en el centro histórico funcionó un domingo reciente como un salón de tango cuando en teoría ese día sólo estaban habilitadas las salidas al aire libre cerca del hogar y no las reuniones de personas y prácticas recreativas grupales.

La jubilada Mary Farías, de 70 años, se unió a decenas de espectadores para observar a seis parejas bailando una milonga. Por ser un baile de contacto estrecho, los bailarines no guardaron la distancia y algunos no llevaban cubrebocas. Junto a ellos, una pancarta decía: "¡Por las milongas al aire libre!".

"Vivo en otro barrio y me vengo acá todos los domingos, charlo con la gente que se queda mirando... La culpa que tengo es venir en colectivo (autobús), lo que no debería porque no soy trabajadora esencial", se justificó Farías mientras a su alrededor la gente miraba puestos de venta de ropa y grupos de jóvenes hacían picnics sobre el césped.

Ese mismo día una familia de 18 integrantes festejó el primer año de vida del benjamín del grupo, mientras una mujer hizo lo propio con su nieta que cumplía 8 años entre sentimientos de alegría y remordimiento por estar salteándose las reglas.

Martín Tulipano, de 71 años y sentado ante una mesa en la que varios amigos jugaban al ajedrez, admitió que quizá debería haberse quedado en su casa. “No se puede estar encerrado un año y medio. Aparte que si hubiera ejemplos, uno lo podría asumir, pero como el ejemplo no existe de parte de los políticos no tiene ningún sentido”, argumentó.

Durante la pandemia Fernández se reunió varias veces con funcionarios y sindicalistas sin tapabocas, guardar la distancia debida y estar vacunados. Otros políticos mostraron actitudes similares.

El sociólogo y psicólogo Martin Wainstein señaló que la gente está enojada y desesperada y que esos sentimientos son difíciles de sobrellevar en ciudades como Buenos Aires donde, según acotó, más del 70% de la población vive en departamentos sin patio, jardín o balcón.

Pero Wainstein advirtió que los momentos de esparcimiento están salpicados por la llamada “viveza criolla", una suerte de anomia en un país carente de “instituciones confiables”, donde los funcionarios muchas veces no cumplen las reglas y la gente que las transgrede “se encontrará con que nadie lo sanciona".

Para Sakanashi al aire libre es mucho más difícil contagiarse y bien merece la pena el encuentro cara a cara. “Si bien hay restricciones y estamos en una pandemia, entendemos que hay que cuidarnos y cuidar al otro. Por otro lado no podemos dejar de hacer lo que amamos y tanto nos hace bien”, sentenció.

FUENTE: Associated Press

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