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Opinión

La mala hierba del fidelismo en América Latina

El chancleteo chusma de Cristina Fernández de Kirchner, renuente a aceptar la voluntad expresada por su pueblo en las urnas. Las vulgares argucias de Nicolás Maduro y su escudero Cabello para desconocer el voto de los venezolanos. El desvergonzado talante de Daniel Ortega como señor feudal en su finca. Los patéticos humos de Rafael Correa en plan de emperador blanco entre indios. Y las presunciones de dios aimara que le inflan el globo a Evo Morales. Todo esto, por separado, refleja el desempeño de mentes obtusas y personalidades psicopáticas. En conjunto, son expresiones de un ideario que ya es marca registrada en Latinoamérica: el fidelismo.

Así que la expectativa que nos animó en días atrás por los resultados electorales en Argentina y Venezuela, o por el gran escándalo de corrupción que amenaza con cambiarle el ritmo a la comparsa de Lula, en Brasil, tal vez no termine siendo sino el fruto de otra esperanza echada en saco roto. Pueden variar algunos nombres y alguna que otra circunstancia. La mala hierba podría ser podada a ras del suelo en casos bien puntuales, pero su semilla continúa viva y aún fertiliza en predios latinoamericanos (también hasta cierto punto en España). De manera que no me haría demasiadas ilusiones, a corto plazo por lo menos.

El desprecio a las normas democráticas, incluso a las del más elemental civismo. El radicalismo intolerante. La respuesta airada contra toda idea y todo comportamiento que no se atenga a cierta doctrina sin sustento en la realidad concreta ni en la dialéctica. El dogma como verdad incontestable. El acto de fe ciega como única toma de conciencia. La violencia como único escudo y espada del poder... Son rasgos que hoy tipifican el estilo de hacer política entre algunos de los más influyentes líderes latinoamericanos. Pero no solo. Y no es lo peor. También son prácticas aceptadas de buena gana por cientos de miles de ciudadanos, votantes en potencia, no tan a salvo del influjo fidelista como nos gustaría creer.

Del mismo modo en que el ideario de Fidel Castro ha hecho estragos en la idiosincrasia o en el carácter de una buena parte de los cubanos, también logró abrir su nicho en las de nuestros vecinos latinoamericanos. Tiempo ha tenido de sobra. Y ya sabemos que supo aprovecharlo, no solo mediante un muy bien montado aparato de propaganda, sino gastando ingentes recursos económicos en tareas de clientelismo, causa directa de esa galería de muñecos diabólicos donde alinean los Kirchner y los Maduro y los Ortega y los Correa, entre otras hierbas.

El fidelismo, que es una doctrina en sí misma, por más que asuma estratégicamente ciertos postulados socialistas, se alimenta en lo esencial del instinto y la pasión (malévolos). Su corpus ideológico es apenas una fina capa de merengue destinada a encubrir la dura masa de fanatismo donde radica el núcleo. Por ello tal vez no resulte tan difícil comprender por qué ha conseguido arraigo no solo entre las multitudes ignorantes, desesperadas y sin brújula de los pobres en América Latina, sino entre un sinfín de miembros frívolos y cínicos de la intelectualidad mundial, no menos ignorantes, desesperados y sin brújula.

Todo sería muchísimo más sencillo si se tratara tan solo de otra corriente ideológica, una más. Pero lo grave del fidelismo radica en sus taras de carácter digamos epistemológico, o sea, aquellas que se relacionan con su manera disparatada y caprichosa de percibir la realidad, y, claro, con la forma en que dispone que se actúe partiendo de esa percepción errónea y esencialmente retorcida.

El desagrado, o la envidia, o la roña conque los fidelistas reaccionan ante el bien del prójimo, muy particularmente cuando éste no comparte su estilo de pensamiento y de vida. Su incapacidad, unida a su total falta de condescendencia para valorar las razones del otro. El recurso de asumir la competencia no mediante el análisis y la superación de los defectos propios, sino intentando desacreditar al competidor, sin reparar en miserias ni falsedades. La acción abusiva ante el más débil, en proporción con la taimada y ladina actitud de víctima ante el fuerte. La procacidad como supuesta manera de hablar claro. La ofensa a ultranza en tanto alarde de falsa valentía, sobre todo cuando se está amparado por algún poder o por la distancia... Son prácticas que muy poco o nada tienen que ver con los presupuestos de los teóricos del socialismo. Sin embargo, encajan como guantes en el perfil de todos los líderes latinoamericanos de esa cosa a la que llaman socialismo del siglo XXI.

Son los patógenos del fidelismo, el cual rige su hoja de ruta, tanto en la política como en la vida, amenazando de paso con hipotecar el presente y ensombrecer el futuro de América Latina. Al margen de esperanzas que yo creo pasajeras.

FUENTE: diariodecuba.com / JOSÉ HUGO FERNÁNDEZ

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