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Eusebio Leal

Eusebio Leal desanda La Habana

El Historiador de la capital, el gran escenógrafo de la Habana Vieja, pasa a retiro tras desvíos de recursos y corrupción

LA HABANA, Cuba — Recientemente ha trascendido que Eusebio Leal Spengler, Historiador de la Ciudad de La Habana, pasará a retiro. La noticia no sorprende demasiado: meses atrás había comenzado su ocaso, cuando le fueron arrebatadas las empresas que operaban en divisas en esa gran escenografía turística que es hoy La Habana Vieja. En ellas fueron detectados –auditoría mediante– malos manejos, desvíos de recursos, y otros casos de corrupción, por lo cual Leal perdió su condición de empresario. No podrían despojarlo, sin embargo, de su aureola, su título de Historiador de La Ciudad y los muchos reconocimientos nacionales e internacionales con los que ha sido distinguido a lo largo de su extensa vida en el mundo cultural.

Pero, ¿quién es este hombre de aspecto anodino, baja estatura y célebre facundia, todo un semidiós para los residentes de ese nicho fundacional de la capital?

La historia que se teje en su torno tiene visos de leyenda, a veces tan grises como las ropas que él suele usar en ese empeño por mantener una imagen de austeridad y modestia que contrasta fuertemente con el verbo apasionado y las poses de declamador de quien es muy adicto al auditorio. La suya es una biografía confusa en la que se entrelazan rumores y realidades imposibles de deslindar con exactitud. Sin embargo, verlo caminar de un lado a otro incansablemente entre las añejas calles, visitando las obras de restauración, los museos y las plazas, en un inigualable despliegue de ubicuidad, recibiendo y devolviendo amablemente el saludo de todos, ofrece la equívoca impresión de que se trata de alguien conocido y cercano.

Leal es un enigma alrededor del cual se trenzan confusas historias. Según su propio testimonio, fue discípulo de Emilio Roig de Leuchsenring, primer Historiador de La Habana, fallecido en 1964, cuando Leal sólo tenía 22 años. Sus detractores, en cambio, señalan que esto no es cierto, que en realidad Leal era apenas mensajero de una farmacia sin formación intelectual alguna y que logró fabricarse a sí mismo como heredero del legado de Roig gracias a la conjunción de dos sucesos afortunados: la posibilidad de lograr una dispensa del ministro de educación que le permitió, teniendo vencidos solo estudios primarios, matricular en la Universidad de La Habana para cursar la Licenciatura en Historia, de la que se graduó en 1979; y al apoyo que recibió de la viuda de Roig, quien puso en sus manos todos los archivos de su ilustre esposo, de los que dispuso Leal con toda libertad gracias a su indiscutible inteligencia y a su disciplina como autodidacta.

Cierto o no, no caben dudas que Eusebio Leal tiene el don de la oportunidad, ha estado en el momento y lugar exactos y ha sabido aprovechar las coyunturas a su favor. Contaba con innegables cualidades, imprescindibles para labrar el destino que se fraguó: admirable laboriosidad, una memoria prodigiosa y gran dominio de la oratoria. Esta última condición es el rasgo que ha creado otro mito: su (supuesta o real) educación religiosa en escuelas jesuitas, elemento que compartiría con F. Castro, obviamente, su paradigma.

En efecto, en su perfil público Leal ha procurado imitar a F. Castro, al punto que, si las ambiciones de aquel lo llevaron a hacer de Cuba su finca particular, Eusebio Leal vislumbró que él podría hacer de La Habana Vieja intramuros su propio pequeño reino. Justo es reconocer que lo consiguió, ayudado no solo por un eficiente equipo de trabajo formado por un grupo de profesionales que han respaldado su obra, sino también por su habilidad para relacionarse con personajes prominentes de la política y la cultura, y tocar los resortes adecuados. Sus sueños tuvieron inicialmente el apoyo de Celia Sánchez, y a través de ella alcanzó el siempre veleidoso reconocimiento del mismísimo señor F.


Y tal como su egregio modelo, al que siempre reverenció, Leal utilizó métodos populistas para erigirse benefactor de la población humilde de La Habana Vieja, en particular los ancianos, para los que creó programas especiales de atención; los niños, que en las escuelas primarias del territorio recibieron durante años un juguete cada Día de Reyes; las mujeres embarazadas, para las que creó un hogar materno con atención médica y de alimentación especializadas; y hasta los marginales y ex reclusos, quienes encontraban una plaza de trabajo en las obras constructivas patrimoniales.

Igualmente, estableció un programa de conservación y/o reparación de edificios históricos que incluía la garantía de albergue transitorio para los residentes de los inmuebles beneficiados, durante la realización de las obras correspondientes. Ningún otro municipio gozó jamás de semejantes bondades en una ciudad que se está cayendo a pedazos.

Ni intelectual, ni político

Desde el otro extremo de la cuerda, los admiradores de Eusebio Leal lo colman de atributos, no siempre justificados: lo califican de brillante intelectual y de talentoso político.

Si bien dotado de agudeza, sensibilidad y de un evidente amor por los espacios a los que ha dedicado los mayores esfuerzos de su vida, Leal no es un intelectual propiamente dicho. Más allá de sus incontables charlas y presentaciones en las que recita historias garabateadas por otros, de adherirse sin condiciones a la ideología del poder, de los abundantes títulos y reconocimientos de diferentes universidades y de prestigiosas instituciones –guiados por los resultados de su ingente salvamento del patrimonio histórico y arquitectónico de La Habana Vieja–, lo cierto es que, pese a sus tres grados científicos y sus condecoraciones, no cuenta con una obra escrita o con un legado teórico o metodológico que haya sentado pautas, ni aun para garantizar la continuidad de su labor.

Su verdadero legado, con luces y sombras cuyo análisis exigiría otro espacio, son los resultados de sus acciones al rescatar un patrimonio que, de otro modo, se hubiese perdido irremisiblemente. Así sentó las bases de su trascendencia personal: ya no será posible hablar de La Habana Vieja sin mencionar la obra conservadora-restauradora de Eusebio Leal. Se trata, pues, de un intelectual en tanto histrión: un intelectual de escena, no de pensamiento.

Por otra parte, quizás impulsado por el mismo sentimiento de inmortalidad del "Comandante", quien no preparó una sucesión para cuando acaeciera su salida del gobierno, Leal parece percibirse a sí mismo como Historiador vitalicio y último. Ambos son figuras cuyo desempeño y popularidad descansan sobre el carisma, por tanto la obra termina en ellos. Y así como el fidelismo concluyó ante la ausencia de F. Castro, la retirada de Leal ocasionará un vacío de dirección, de autoridad y de prestigio al frente de la administración patrimonial que hará peligrar décadas de esfuerzos.

En otro orden, hay quienes ven en Eusebio Leal un político moderado, un reformista que habría estado llamado a jugar un papel importante de cara a una transición. Dicha apreciación no tiene fundamento alguno, habida cuenta que su influencia y relieve no rebasan la esfera cultural, sin compromisos ideológicos más allá de su jurada fidelidad al partido comunista, del cual es miembro. Su postura con respecto al gobierno ha sido básicamente de anuencia y acatamiento total. De hecho, Leal, como parlamentario, ha sido otro de los anodinos brazos que se ha levantado unánime y repetidamente para aprobar cada propuesta gubernamental, sin cuestionamientos, y sus veladas audacias verbales se han producido en foros más recientes, cuando el estado de opinión generalizado es el de la necesidad de cambios y la crítica autorizada se ha puesto de moda.

Desde el punto de vista político, Leal es orfeón, no batuta, y –como dicta una sabia sentencia– nadie puede saltar más allá de su sombra. Salvo que, como suele ocurrir con estas grises figuras de ocasión, la sombra sea más larga de lo que vemos a simple vista. Tratándose de un oportunista, nunca se sabe.


FUENTE: cubanet.org

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