En el barrio de Colón en La Habana, por los años cuarenta, vivía Dolores González, con treinta y cuatro años, era una Bella mujer, de tez canela, pelo encrespado y dos grandes azabaches como ojos. Su cuerpo, típico de una cubanita, con eróticas curvas acentuando sus nalgas y pocos senos; lo sabía mover muy bien, muchos ojos se fijaban en el.
En el barrio estaba Ramón, un muchacho de veinte cuatro años, atlético, con un cuerpo tallado por el fuerte y constante ejercicio físico en el gimnasio de Villar Kelly, donde el mismo dueño lo entrenaba. Ramón, un maestro en el arte del piropo, se sintió atraído por Dolores y siempre le tenía uno para arrullarle sus oídos . A ella le caía muy bien Ramón, y a pesar de estar casada con Felipe, sentía una gran atracción hacia el. A tal extremo que una tarde accedió a encontrarse con Ramón en una accesoria que tenía habitaciones para enamorados.
Ese encuentro continuó con una costumbre de citarse en ese lugar y a la misma hora por la tarde. Le contaron a Felipe de esa costumbre de su esposa y el cegado por los celos se le apareció a Dolores en la habitación donde ella se encontraba llena de pasión con Ramón y le descargó su revólver Smith y Wesson calibre 38 a Dolores en su desnudo cuerpo. En la esquina había un bar y los que estaban jugando cubilete, al oír el estruendo de los disparos miraron la hora y eran las tres de la tarde, y así salió al otro día en las páginas rojas del Diario de la Marina:
Ayer, a las tres de la tarde un esposo enfurecido le descargó su arma a su infiel esposa matándola instantáneamente, el hombre con el que estaba ella logró escapar corriendo despavorido, sin ropas, por todo el barrio de Colón.
A los pocos días el presidente de la republica de Cuba, el Doctor Ramón Grau San Martín, estaba dando un monótono discurso político a la Republica, por la tarde y cuando miró su reloj vio la hora y dijo:
”coño, son las tres, la hora en que mataron a Lola”
y ahí nació
un dicho muy cubano,
que nunca morirá,
para decir
esa fatídica hora para la Bella Dolores.