Allá por el barrio de Santos Suárez había un señor de la raza de color llamado Gregorio Sardiñas, muy amigo mío, y el cual tenía el nombrete de Chocolate, creo que a lo mejor era por su piel de color achocolatado. En la esquina de donde vivía mi amigo Sardiñas había una bodega de la cual era dueño un español llamado Robustiano al cual llamábamos “el gallego”, esa costumbre cariñosa que tenemos los cubanos de llamar gallegos a todos los que nacieron en la madre patria.