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Indonesia empieza a reconciliarse con su sangriento pasado

PLUMBON, Indonesia (AP) — En un país lleno de tumbas escondidas, producto de una de las peores matanzas en masa del siglo XX, el poblado de Plumbon tiene algo que lo distingue de los demás: un monumento con los nombres de algunas de las víctimas de ese baño de sangre ocurrido hace medio siglo que representa los esfuerzos de la nación por reconciliarse con su pasado.

A un costado de un surco en medio de un bosque, pasando un puesto donde se vende té azucarado, asoma una placa rectangular, que posa sobre una columna que llega a la cintura. Un extremo está roto. Las autoridades locales lo atribuyen a unos niños.

La placa lista ocho nombres: Moetiah, Soesatjo, Darsono, Sachroni, Joesoef, Soekandar, Doelkhamid y Soerono. Están también los nombres de otras 24 personas que podrían estar enterradas en el sitio donde habrían sido enterrados los cuerpos.

Instalado en el 2015, luego de que unos activistas convencieron a los residentes y a líderes religiosos y funcionarios municipales, el monumento es un inusual homenaje a las víctimas de las masacres anticomunistas. Historiadores calculan que pueden haber muerto hasta medio millón de personas.

También resalta hasta qué punto el país ha borrado ese capítulo de su historia de su memoria.

¿Están las ocho personas enterradas aquí realmente? Nadie está seguro. No se habló del tema durante mucho tiempo y los recuerdos de la época son difusos.

Un fallido golpe desató el 30 de septiembre de 1965 meses de sangrientos combates entre soldados, milicias y agrupaciones islámicas. A fuerza de matanzas y del encarcelamiento de una multitud de personas el general Suharto, prooccidental, derrotó al presidente socialista Sukarno.

Por décadas los vencedores hablaron de una gesta heroica en 1965 y 1966, hasta que el gobierno autorizó este año por primera vez un simposio con la participación de sobrevivientes de la represión, militares y agrupaciones islámicas. Los organizadores esperaban despejar el camino para la reconciliación y la justicia. Pero los conservadores se opusieron y la iniciativa quedó en la nada cuando hubo una restructuración del gabinete y un ex jefe militar con antecedentes dudosos en el campo de los derechos humanos quedó a cargo del ministerio que supervisa la búsqueda de tumbas comunes.

Con el correr de los años, por otro lado, cada vez quedan menos testigos, que no se acuerdan bien de lo sucedido.

Sabar, un anciano frágil de 83 años y ojos lechosos, apenas si tiene memoria de esa época. A mediados de los 60 militaba en una de las organizaciones de masa del partido comunista.

Sus labios le tiemblan al rememorar su arresto en octubre de 1965. Estuvo detenido con al menos seis de los hombres mencionados en la placa.

Sabar dice estar seguro de que al menos uno de los individuos fue ejecutado: Soesatjo.

Yunantyo Adi, uno de los activistas que promovió la idea de la placa, cree que los ocho individuos están enterrados aquí, pero admite que no hay pruebas, a menos que se los exhume. Lo más importante, afirma, es que sirve como símbolo y llama la atención sobre el hecho de que no se han juzgado crímenes contra la humanidad.

Quedan pocas personas vivas en Plumbon que presenciaron las matanzas. Una es Supar, quien no tiene dientes y aparenta mucho más que sus 68 años.

"No quiero volver a ver ese sitio", dijo en alusión a la tumba. "Hay gente que dice que allí no crece el césped".

Ralató que a eso de las once de la noche, bajo una lluvia intensa, 12 supuestos comunistas fueron bajados de un camión junto a una fosa que ya había sido cavada.

"Les dijeron que se sentasen en el piso, uno junto al otro. Rezaron o recitaron versos, sabían lo que se venía", indicó.

"Luego de la ejecución, me dijeron que encendiese una linterna. No pude y me di vuelta, y un soldado me gritó '¡no mires!'. Los que todavía se movían fueron rematados".

"Enterramos los cadáveres, pero no muy bien. Escuché que al día siguiente alguna gente los volvió a enterrar como corresponde", acotó.

Otro testigo, Sukar, vivía en Plumbon, por entonces un caserío con dos docenas de viviendas. Habló con la AP sentado en el piso, en el sitio donde recuerda haber cubierto cadáveres enterrados a medias al día siguiente de la matanza.

"Había sangre por todos lados. Las piernas sobresalían de la tierra", expresó.

A lo largo de las décadas se fue desvaneciendo la escala de las matanzas de la conciencia nacional y poco cambió el relato tras el derrocamiento de Suharto en 1998.

Agus Widjojo, uno de los organizadores del simposio sobre las matanzas e hijo de un general muerto en el intento fallido de golpe de 1965, dijo que cuando mejore la economía habrá más progresos en la campaña de reconciliación.

"Ya logramos un objetivo, que la gente exprese lo que piensa de la tragedia de 1965. Antes nadie se animaba a decir nada", manifestó.

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En este despacho colaboraron el fotógrafo de AP Dita Alangkara y el videoperiodista Andi Jatmiko.

FUENTE: Associated Press

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